IV
Parte
Jean Michel se
encontraba en la puerta a la hora prevista, lo invito a que entrase y se sentase en el salón.
Ella preparo dos Martini blanco, llevándolo en una bandeja brindando por su
aniversario. Pasaron al comedor. El ayudo a llevar parte de las cosas a la
mesa; destapo la botella de vino y sirvió en las dos copas. No había en un
principio mucho dialogo, parecía algo incomodo; pero Nathalie, se encontraba feliz
de su aceptación de almorzar junto a ella. Almorzaron a gusto felicitándola por
la comida y el vino; pasaron al bizcocho de arándanos junto a una copa de
champan. Después salieron con el resto del champan detrás de la casa donde había
un rincón a la sombra con una mesa y unos sillones de mimbre. Sentados cerca el
uno del otro; quizá entre el vino y el champan se rompió el hielo entre los
dos. Riéndose a carcajadas hablaron de sus jóvenes años; Jean Michel le
pregunto si no estuvo nunca casada, al no ver ningún anillo matrimonial se atrevió timidamente a preguntárselo,
ella le dijo rotundamente que no había encontrado su media naranja. Con el
semblante serio le comento que el después del drama en su casa, se puso en
contacto con un tío que se encontraba en las “Antillas” francesas. Le explico
lo ocurrido y a su gran sorpresa recibió un pasaje para aquel lugar; ese fue el
motivo de no despedirse de ella; se marcho inmediatamente. Allá tenía una plantación
de piñas, más otra de caña de azúcar para extraer para el ron e hizo fortuna.
Su tío era un soltero sin escrúpulos, no tenia descendiente decidiéndole meterlo
en sus negocios como socio. Se hicieron una enorme fortuna y él se caso con la
hija de un francés de otra plantación cercana a la suya. Tuvieron un hijo, pero
la mala suerte lo acechaba de nuevo. Su mujer junto a su hijo de tres años se
mataron en un accidente de coche; ella iba borracha, ya que el matrimonio nunca
funciono tal como lo deseaba. Se sentía culpable de ello; la tragedia de sus
padres aun presente hizo que él se volcó más en su trabajo ganando dinero,
olvidando su matrimonio. Ahora Nathalie comprendía esa mirada fría, distante. Cogiéndole
sus manos ella intento darle ánimos; a su gran sorpresa se hecho en sus brazos llorando desconsoladamente. Volvió al lugar de su infancia
tratando de hacer frente a aquellos fantasmas que, le perseguían.
Nathalie dulcemente le acaricio la cara, besándolo en su rostro hasta llegar a
su boca. Nunca pudo olvidarlo y ese era el motivo de que ella nunca encontró el
amor en otro hombre. El la beso con pasión, disculpándose por su trato rudo con
ella. Tampoco el nunca pudo olvidarla, pensando que quizá a estas alturas estaría
ya casada. Llego la noche y todavía seguían hablando; la mirada del había cambiado.
Sus ojos color del mar encontraron la calma en los brazos de ella, se amaron
toda la noche prometiéndose que nunca más vivirían separados. Al terminar el verano volvió
a Paris, dando su dimisión volvió a la mansión de sus abuelos, segura que desde
donde se encontraban bendecían su amor encontrado.
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