jueves, 25 de abril de 2013

LA MANSIÓN EN LA COLINA III PARTE...


III Parte
Pareció insensible, distante y no era el mismo que ella conoció años atrás.Tras el accidente mortal de su madre, el posterior suicidio del padre que nunca supero el dolor de  perder a su esposa; Jean Michel desapareció y nadie sabía su paradero hasta su llegada en primavera, según había comentado Antoinette. Cuando se despidió de  Antoinette, le encargo si su nieta Lucie podría pasar por casa para ayudarla en la limpieza. Lucie, era una joven encantadora, siempre dispuesta; era estudiante, pero un dinero extra le vendría de maravilla Al acercase de nuevo a la colina vio de nuevo a Jean Michel; salió del coche sin echar un ojo hacia atrás y se dispuso a poner la lavadora con las sabanas. Estaba confusa, ahora comprendía esos ojos color del mar fríos como el hielo, tanto que helaban el alma. El timbre de la puerta sonaba con fuerza, de pronto pensó lo rápido que llegaba la compra de la tienda. Se acerco a la puerta para abrirla; frente a ella se encontraba Jean Michel. Se quedo sin respiración, cuando reacciono pasaron unos instantes sin palabras; le interrogo con la mirada. Se encontraba delante de ella con unas flores silvestres disculpándose por su comportamiento brusco hacia ella esa misma mañana. Nathalie le invito a que entrase, el ya se había dado la media vuelta sin contestar nada. ¿Qué había pasado en su vida? ¿Qué secreto escondía bajo esa apariencia fría? Jean Michel fue un joven alegre, lleno de vida y entusiasmo, atento  con todos. Incluso en la adolescencia se enamoro locamente del, sus ojos color del mar le atraían como un imán. Su padre era el dueño de un barco  pesquero. Jean Michel acompañaba a su padre de vez en cuando y quizá el nunca se atrevió a declararse por la posición social de su familia. Nathalie percibía a través de su mirada que el también estaba enamorado. Jean Michel había cambiado mucho; se dio cuenta  de sus primeras canas. Sabía que era algunos años mayor que ella; cuatro o cinco; pero esa frialdad la desconcertaron. Era alto, rubio  delgado; sus manos grandes estaban bien cuidadas ¿Por qué había vuelto a sus orígenes? Nathalie continuaba pensando en este reencuentro insólito. Almorzó una ensalada compuesta junto con un filete a la plancha y un vaso de leche; las  cosas encargadas habían llegado de la tienda puntualmente. Mordiendo una manzana  se dirigió hacia el acantilado. Sentándose sobre una roca admiro de nuevo la mar. Las olas golpeaban con fuerza más abajo quedándose un buen rato respirando el salitre del mar. Recordaba cómo sus abuelos les prohibían bajar hasta abajo para darse un baño; demasiado peligroso incluso en marea baja. Junto a sus hermanos y Jean Michel se bañaban en “Bougeles” o en “Port- Blanc”, Un pueblecito pesquero a unos kilómetros en bicicleta. Más adelante se encuentra “Porz-Hir” más suave. Es un litoral salvaje de una extrema belleza. Las casas adosadas a la roca forman un único cuerpo con ella. Se encuentran encastradas en el granito con postigos blancos. ¿Cuánto habían disfrutado en esas vacaciones escolares? Jean Michel y ella eran inseparables a pesar de su corta edad; al llegar a la adolescencia estaban aun más unidos. Estudiaron los dos en “Brest” Jean Michel no deseaba seguir la trayectoria familiar en la mar. Había visto a su madre llorar más de una vez cuando desparecía algún barco. Hasta que desapareció sin despedirse de nadie después de aquel trágico suceso. ¿Lo echó tanto de menos? ¿No comprendía el porqué ni tan siquiera un mensaje? Poco a poco su imagen se desprendió de ella, nunca sus ojos. Por supuesto hubo algunos pretendientes, pero Nathalie se concentro exclusivamente en sus estudios. En Paris conoció a un profesor y salieron durante unos meses; rompió con el ya que esa relación no le aportaba lo deseado. Ella era muy tradicional, algo chapada a la antigua; quizá fue debido a la educación recibida. Sus abuelos aceptaron mal el divorcio de su madre; nunca entendieron él porque. Ellos que saltaron barreras familiares para preservar su amor. Su abuela era hija de un Lord británico; su abuelo un teniente en la marina de su majestad durante la II guerra mundial. Tardo mucho en perdonar ese matrimonio; la reconciliación llego a raíz del nacimiento de su única hija, su madre llamándola Anne como su bisabuela. Se escaparon de Inglaterra poco después de la liberación de Francia por las tropas aliadas. En aquel bullicio liberador aprovecharon la ocasión y cruzaron la “Manga”, que los separaba con Francia. Ella estaba prometida en contra de su voluntad, con el hijo de una poderosa familia que, hicieron fortuna en la India. Con el abuelo fue un amor a primera vista, un volcán de pasión mutua que duro una larga vida. Fallecieron los dos con quince días de distancia. Ahora se encontraban reunidos para siempre en la eternidad. Estaba perdida en sus pensamientos la mirada perdida en la mar. No se había percatado que alguien se encontraba detrás de ella. Jean Michel la observaba atentamente sin soltar una palabra; sentándose junto a ella en silencio. Nathalie rompiendo el silencio dijo en voz alta ¿recuerdas? ¿Era nuestro lugar favorito?Jean Michel asentó con la cabeza y siguieron observando la mar. Cada uno se fue a su casa sin soltar palabra. Dos días después era el cumpleaños de Nathalie; haría un bizcocho relleno de arándanos salvajes que abundaban en su parque detrás de la casa. Este año lo celebraría sola; puso una botella de champan a enfriar en el frigorífico y se puso a escribir. El timbre de la puerta volvió a sonar con fuerza y el corazón se acelero rápidamente. Su perrita “loulou” ladraba en la puerta, se arreglo el pelo y fue directa a la puerta. Al abrirla no había nadie; pero cuando iba a cerrarla vio en el suelo un ramo de flores. Una tarjeta con feliz cumpleaños firmada Jean Michel. Nathalie se emociono hasta las lágrimas; a pesar del tiempo transcurrido no había olvidado el día de su cumpleaños. Dudo unos momentos en correr a su encuentro y darle las gracias. Se detuvo en su impulso; ya dentro de casa no sabía  qué hacer. Preparo la comida con nerviosismo; ella que llego pensando en la tranquilidad del lugar, esto le creó cierta inquietud. Una vez tranquilizada decidió acercase hasta la casa de Jean Michel y darle las gracias; era lo mínimo por el detalle de las flores. Se encontraba en el porche fumando una pipa; lo miro de frente y le pareció ver una sonrisa en sus ojos. Estaba bien afeitado, más que otras veces y no parecía el mismo, algo había cambiado. Con un pantalón vaquero, una camiseta de rayas al estilo marinero estaba excepcionalmente impresionante. Su rostro tostado por el sol y el aire del mar daban un toque final que conmovió su corazón; dándose cuenta que la llama del amor nunca se apago. Se había cortado la melena que estaba algo desaliñada y podía respirar el perfume de Armani. Sus manos estaban sudorosas, las piernas temblaban y el corazón iba a estallar de impaciencia. Sin pensarlo dos veces lo invito a compartir el almuerzo que iba a preparar; la observo sin parpadear aceptando, ella se ruborizo pasablemente. Le dijo que para la una estaría todo preparado y lo esperaba. Bajo al sótano a buscar una botella de un buen vino para acompañar el “rosbic” de carne de vacuno del país junto a un puré de manzana. Antes preparo una buena ensalada y saco los quesos del frigorífico. Esta vez almorzarían en el comedor disponiendo un mantel de un blanco impecable, con las iniciales de los abuelos. Automáticamente levanto el rostro, enviando un beso al cuadro de sus abuelos haciéndoles un guiño. Saco la vajilla de porcelana fina, las copas de cristal de bohemia, corto el pan. Apenas había terminado que de nuevo el timbre de la puerta suena.

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