II
PARTE
Estaba casi llegando a la mansión familiar, cuando
al pasar por la casa de enfrente vio que estaba ocupada ¿pensó en voz baja? La luz de la cocina estaba
encendida y una silueta cruzo el espacio. Su perrita “loulou” se despertó al saber
que ya habían llegado. Dejo el coche fuera en el porche y, rápidamente juntas entraron en casa. Un
olor a espacio cerrado invadió su olfato. La mansión la disfrutaba
ella; al final su madre se volvió a casar, se fue a vivir al otro extremo en “La Provence”
francesa, al sur-este de Francia. Sus dos hermanos se fueron a vivir con el
padre trabajando los dos en puentes y carreteras. Casi nunca coincidían, salvo
la navidad, o noche vieja. Seguía lloviendo pero con menos fuerza, abrió las
persianas para ventilar un poco. Estiro su cuerpo para soltar la presión del
viaje; a través de sus ventanas volvió a percibir de nuevo la silueta en la
casa de en frente. Le pareció un hombre, pero no estaba segura. Le dio de comer
a su perrita y ella ceno después. Antes había
encendido la chimenea del salón; todo un año cerrado se notaba el frio a pesar
de ser verano. Preparo la cama con sabanas de lino blanco bordadas con las
iniciales de sus abuelos. Quito las sabanas de encima de los muebles y, los
observo; todo seguía igual, nada había cambiado en la mansión. Los muebles de
estilo victoriano, candelabros de plata y unos cómodos sofás amueblaban el
comedor y el salón separado por una puerta cristalera. En las paredes cuadros
con paisajes de la Bretaña; su abuela pasaba el tiempo libre pintando el
paisaje de aquella zona increíblemente bella. Un cuadro representando a sus
abuelos presidia el enorme salón. Ella les envió un beso con la mano. En el
comedor le pareció escuchar las risas de sus hermanos. Cerró por un momento los
ojos imaginándose a sus abuelos contando anécdotas de su país de origen “Gran
Bretaña” y una dulce sensación la invadió por todo el cuerpo. Después fue hacia
la biblioteca, quitando las sabanas igualmente; el secretario del abuelo estaba
intacto y cada cosa en su sitio. Se acerco a los dormitorios del primer piso
haciendo lo mismo y, una vez quitadas las sabanas de todos los espacios; bajo
las escaleras que iban al sótano donde se encontraba la lavadora. Después pensó
que un buen baño le vendría bien; dirigió
sus pasos hacia él, encendió unas velas y se
tomo un baño caliente llevándose una taza de chocolate con leche caliente. Se
quito la ropa del viaje y se relajo
durante bastante tiempo entre la espuma
perfumada dentro de la bañera. Esa noche se encontraba cansada y al día
siguiente bajaría al pueblo para hacer la compra. Quedaban dos meses y esperaba
terminar su relato; todo estaba ordenado en su mente. Al amanecer despertó revitalizada
después de una noche de descanso entre las sabanas perfumadas con bolsitas de
lavanda. ¡Es curioso cómo había conservado las costumbres inglesas de su
querida abuela! Cuando su abuela viajaba a Inglaterra; nunca faltaba la lavanda
traída de allí, una vez seca la metía en bolsitas hechas por ella metiéndola
entre la ropa. Abrió las ventanas de par en par, el sol la deslumbro y se
sintió llena de energía. Se vistió con un chándal rosa, calzado deportivo y el
pelo lo recogió en una trenza, unas gafas de sol y salió al porche. Al abrir la
puerta principal su perrita se escapo ladrando dirigiéndose a la casa de
enfrente. Nathalie la llamo con fuerza, su perrita ratonera seguía ladrando e
intrigada se acerco hasta la casa. En el pórtico un hombre con una gata en sus brazos; le aconsejo de coger su perrita y marcharse. Ella
pudo observarlo; era un hombre que parecía algo mayor que ella, sus ojos color
del mar. ¿Nathalie se quedo perpleja?, esos ojos los había visto antes; pero
desconocía quién era ese cacallero. Con educación se presento diciéndole ser su
vecina de enfrente; él le contesto secamente saberlo. Nathalie viendo la poca
amabilidad que le prestó, se despidió tímidamente con un simple adiós. Una vez en el
coche le perseguían esos ojos; sus ojos color del mar le parecieron fríos,
duros y prosiguió el camino hasta el pueblo. En la taberna del pueblo desayuno
un café con unas tostadas con miel de la región; eso le llevo de nuevo a su
infancia. El dueño la reconoció al instante saludándola amablemente, mientras
en la taberna los marineros estaban tomando orujo a estas horas tempranas de la
mañana. De ahí se dirigió a la tienda de comestibles de siempre. Antes había
preparado un listado pidiéndole que por favor lo llevasen hasta casa. La dueña,
una mujer ya en la tercera edad; pero con una amabilidad extrema la saludo
cordialmente dándole la bienvenida. La conocía desde muy joven, su marido era
el dueño de la taberna. La gente de aquel lugar eran bastantes rudos. La
mayoría pescadores y la mar era muy duro, muchos fallecieron en el mar y, en el
pueblo quedaron sus viudas e hijos. Una vez que eras aceptada por ellos, eran
acogedores y simpáticos con los demás. Pero si no conocían era muy duro entrar
en sus circulos, podías asimilarlo con personas rudas, apáticas, distantes.
Antoinette que así se llamaba la dueña; con unos ojos maliciosos le comento si
ya había visto al inquilino de enfrente. Nathalie contesto que no se dio cuenta,
sabía lo chismosa que era esta mujer, no tenía ganas de darle ese gusto y la
verdad ignoraba quien era. Ella prosiguió, sabes ha vuelto de muy lejos Jean
Michel Bernard. Al oír su nombre se estremeció; evidentemente ahora
comprendió quien era. ¿Cómo no había caído
que aquellos ojos color del mar?que durante años la persiguieron en sus sueños.
Nathalie no lo reconoció, habían pasado más de diez años; pero no comento nada
del encuentro esa misma mañana con él. De ahí se fue a la farmacia, compro
alcohol, gasas y algunas cosas más imprescindibles allá donde se encontraba la
mansión en lo alto de la cumbre prácticamente aislada. Solamente había tres
casas más junto a la mansión de sus abuelos. Una vez de vuelta su mente
retrocedió atrás; se conocían desde niños, al verlo esa mañana no lo reconoció,
aparte que solo estuvo pocos minutos en el porche de su casa.
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