Nuestro mísero hogar, consistía en una única pieza,
haciendo oficio de cocina y dormitorio, sin agua, sin luz, un candil de
petróleo alumbrando y, ese olor desagradable
a petróleo en la casa me daban nauseas. En un cubo de zinc orinábamos todos, cuanta
miseria Dios; en el bloque de varios
pisos había un wáter para todos,
consistía en un agujero donde iba a parar a una fosa; aquel
olor me echaba para atrás, sucio de ganas, habiendo broncas entre las vecinas
por la limpieza. Al atardecer en verano las comadrejas con sus abanicos, se
sentaban en el tranco de la puerta a fisgonear, quien pasaba y a contar
chismes; mi madre nunca lo hacía, detestaba los chimes de las vecinas, había
cosas más importantes; ella iba a trabajar y después a casa, pero a mí me divertía
y me reía junto a ellas: aquello era un circo de dimes y diretes, hasta incluso
reñían a voces por cosas que contaban. Cuando mis hermanos regresaron del
servicio militar construyeron con madera de los escombros dos camastros, una
para los dos varones, la otra para dos de mis hermanas; mi madre y yo durmiendo
a ras del suelo de cemento con una manta del ejército, y por supuesto sin
sabanas. Las mantas apestaban a insecticida, había pulgas, piojos, vamos no
faltaba de nada. Muchas veces sin darme cuenta me orinaba en la manta, a través
de la ventana la ponía a secar con los rayos del sol que atravesaban la pieza
sin cortinas , no había para ello; mi pobre madre nunca me reñía por ello,
comprendía el frio pasado en el suelo de cemento y con una sola manta.
Después al cambiar
mi hermano mayor de ciudad y, el
segundo viajando constantemente, entonces sí que dormíamos en la cama. Los
colchones eran de borra y se te clavaban en el cuerpo; los chinches y las
cucarachas subiendo por las paredes; un balde grande de zinc donde todos nos
lavábamos con agua fría. En invierno cuando mi madre disponía de unas pesetas
demás, compraba carbón y lo ponía en un brasero bajo una mesa redonda, tapada
la mesa con una manta, allí nos sentábamos alrededor para calentarnos, aquello
era todo un lujo. Granada es una ciudad de contraste, los veranos extremamente
calurosos, el invierno muy frio, donde casi todo el año está nevado en lo más
alto de sus picos, el aire gélido en invierno y sin abrigos. La ropa que caritas nos daba y, la
ropa interior hecha con las sabanas viejas que le daban, mi madre sacaba camisones que servían al mismo
tiempo de combinaciones, al igual que las bragas cortadas de las sabanas. Las
sandalias en mis pies eran de goma, claro iba creciendo y al no disponer de dinero
mi madre cortaba las puntas de los dedos y las utilizaba uno o dos años más. Mi
madre a pesar de ser joven todavía, siempre iba vestida siempre de negro, hizo la promesa al fallecer su madre que
llevaría el luto hasta su muerte, así fue. Toda esta vida de incertidumbres fue
creándome mucha inseguridad, era una niña temerosa, frágil de salud y, sobre
todo ingenua, incluso hoy día lo soy, a
pesar de las cosas tan tremendas que me ocurrieron. Sigo pensando que las
personas que tanto me hicieron daño, puedan todavía tener un arrebato de
humanidad hacia mi; me doy cuenta que no es el caso, para luego comprobar que
nada ha cambiado su forma de ser. Tanto he dado de mi persona, que me olvide de
vivir para mí; lo hice porque el corazón lo mandaba, sin esperar nada a cambio,
estaba en mi condición, en mi educación y siempre fui demasiado generosa con
todos; una vez que me utilizaban, ahí te quedas con tus penas.
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