viernes, 6 de abril de 2012

RECUERDOS DE MI INFANCIA...III PARTE...


Nuestro mísero hogar, consistía en una única pieza, haciendo oficio de cocina y dormitorio, sin agua, sin luz, un candil de petróleo alumbrando y, ese  olor desagradable a petróleo en la casa me daban nauseas. En un cubo de zinc orinábamos todos, cuanta miseria Dios; en el bloque  de varios pisos había un wáter  para todos, consistía en   un agujero donde iba a parar a una fosa; aquel olor me echaba para atrás, sucio de ganas, habiendo broncas entre las vecinas por la limpieza. Al atardecer en verano las comadrejas con sus abanicos, se sentaban en el tranco de la puerta a fisgonear, quien pasaba y a contar chismes; mi madre nunca lo hacía, detestaba los chimes de las vecinas, había cosas más importantes; ella iba a trabajar y después a casa, pero a mí me divertía y me reía junto a ellas: aquello era un circo de dimes y diretes, hasta incluso reñían a voces por cosas que contaban. Cuando mis hermanos regresaron del servicio militar construyeron con madera de los escombros dos camastros, una para los dos varones, la otra para dos de mis hermanas; mi madre y yo durmiendo a ras del suelo de cemento con una manta del ejército, y por supuesto sin sabanas. Las mantas apestaban a insecticida, había pulgas, piojos, vamos no faltaba de nada. Muchas veces sin darme cuenta me orinaba en la manta, a través de la ventana la ponía a secar con los rayos del sol que atravesaban la pieza sin cortinas , no había para ello; mi pobre madre nunca me reñía por ello, comprendía el frio pasado en el suelo de cemento y con una sola manta.
Después al cambiar  mi hermano mayor de ciudad y,  el segundo viajando constantemente, entonces sí que dormíamos en la cama. Los colchones eran de borra y se te clavaban en el cuerpo; los chinches y las cucarachas subiendo por las paredes; un balde grande de zinc donde todos nos lavábamos con agua fría. En invierno cuando mi madre disponía de unas pesetas demás, compraba carbón y lo ponía en un brasero bajo una mesa redonda, tapada la mesa con una manta, allí nos sentábamos alrededor para calentarnos, aquello era todo un lujo. Granada es una ciudad de contraste, los veranos extremamente calurosos, el invierno muy frio, donde casi todo el año está nevado en lo más alto de sus picos, el aire gélido en invierno y sin  abrigos. La ropa que caritas nos daba y, la ropa interior hecha con las sabanas viejas que le daban,  mi madre sacaba camisones que servían al mismo tiempo de combinaciones, al igual que las bragas cortadas de las sabanas. Las sandalias en mis pies eran de goma, claro iba creciendo y al no disponer de dinero mi madre cortaba las puntas de los dedos y las utilizaba uno o dos años más. Mi madre a pesar de ser joven todavía, siempre iba vestida siempre de negro,  hizo la promesa al fallecer su madre que llevaría el luto hasta su muerte, así fue. Toda esta vida de incertidumbres fue creándome mucha inseguridad, era una niña temerosa, frágil de salud y, sobre todo ingenua, incluso hoy día  lo soy, a pesar de las cosas tan tremendas que me ocurrieron. Sigo pensando que las personas que tanto me hicieron daño, puedan todavía tener un arrebato de humanidad hacia mi; me doy cuenta que no es el caso, para luego comprobar que nada ha cambiado su forma de ser. Tanto he dado de mi persona, que me olvide de vivir para mí; lo hice porque el corazón lo mandaba, sin esperar nada a cambio, estaba en mi condición, en mi educación y siempre fui demasiado generosa con todos; una vez que me utilizaban, ahí te quedas con tus penas.

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