Hoy a
cambio se olvidaron de mi existencia, los que nunca me fallaron, los amigos, tal
satisfacción, tal son los recuerdos y el cariño, los de ayer y los de hoy. Y ahora
paso a uno de los peores recuerdos entre muchos que me persiguió durante años. Había
una viuda de guerra que estaba siempre borracha, una botella de vino en la mano
deambulando por las calles, cuando no podía más se sentaba en el suelo dando la
espalda a un muro casi derrumbado. Sus piernas sucias y sarnosas, en la cual se
pegaban las moscas; yo la observaba asombrada, no tendría más de seis años. Unas
veces se reía, otras lloraba; me contaba sus penas, incluso a veces me
insultaba por observarla. Aquello me persiguió durante mucho tiempo; temiendo que algún día me ocurriese lo mismo.
Me daba cuenta que el mundo adulto estaba cargado de dolor, incluso el de mi
propia madre, creándome inseguridad, ansiedad e insomnio con tan corta; vivía
junto a mi madre que padecía depresión junto a ideas suicidas, eso marco
profundamente mi vida, siempre con temor de que algo le ocurriese. Dormía junto
a ella y en el silencio de la noche escuchaba como lloraba, pidiéndole a Dios
perdón por esas ideas; de hecho lo intento varias veces. Era una niña con
grandes inquietudes, introvertida, solitaria, y ante toda esa enorme tristeza
en mi alma, lo transmitía mis ojos
saltones. Vivíamos en un barrio bajo de Granada, donde se juntaban franquistas
y familia de ex combatientes republicanos; era nuestro caso, miseria,
hambrunas, más un régimen dictador. Los días de navidad junto a mi madre íbamos
a caritas a comer, si quedaba sitio, había colas impresionantes.
El día de reyes en la cual nunca tenía nada, pensaba que quizá era
una niña mala, y por ese motivo los reyes nunca pasaban por casa. Empecé a sentirme
culpable, pero nunca lo comentaba a
nadie. Mi madre la veía justo al anochecer, cuando llegaba agotada del trabajo,
nunca le conté mis penas; iba a los escombros a llorar, incluso a veces me
quedaba allí dormida, hasta que un día la vecina se asusto de no encontrarme y,
finalmente dio con mi paradero. Recuerdo
mi admiración por las noches estrelladas y la luna llena; observándola,
imaginaba que era un rostro, pero no me daba miedo, era admiración, incluso hoy
día el universo me parece mágico. Cuándo había nubes en el cielo, recostada en la pared, con mis
ojos grandes abiertos imaginándome ver personajes o animales, era la forma de
evadirme y hablaba sola. Para finalmente llegar al más bello recuerdo, tierno y dulce, mi madre adorada… Oh
madre, gracias por haberme dado la vida, cariño y protección. Gracias por
tantas noches de desvelo cuando enfermaba, arrullándome con amor, cantándome unas
nanas para aplacar mi temor. Por tantas cosas compartidas contigo madre, mi gran amor. Por tu sonrisa, cuando te ofrecía
una flor. Recuerdo sentada en el balcón admirando el esplendido atardecer, mis
ojos saltones grandes abiertos esperando tu llegada al apercibirte por la calle
Elvira corría a tu encuentro y me refugiaba en tu vestido negro, tú
acariciabas mi pelo. El orgullo en tu mirada cuando me observabas discretamente,
era una niña seria y aplicada. Aprendí tanto de la vida a tu lado. Inculcándome
buenos principios, a ser educada, humilde, generosa, perdonar a quién te dañó. El valor de la familia, el trabajo bien
realizado. Las lagrimas resbalando por tus mejillas cuando adulta volé en otros brazos, la felicidad por los nietos
dados. Pasaron muchos años de una felicidad inmensa a tu lado, eras el bastón
en el que me apoyaba…
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