viernes, 6 de abril de 2012

RECUERDOS DE MI INFANCIA...II PARTE...


Las mozas jóvenes apenas salían de la adolescencia, soñaban con casarse pronto para salir de aquella miseria, metiéndose en otra por supuesto; fueron años muy duros, no había trabajo, y menos  aun dinero. Luego al llegar su descendencia se quejaban de no tener para darles de comer; había familias numerosas en lamentables situaciones, y con tantos hijos las mujeres tenían suficiente trabajo en la casa; el marido era el único que aportaba dinero a la economía familiar. Con ternura recuerdo aquél viejito tostado por el sol, su rostro arrugado donde marcaba el paso de los años y las penurias. Un viejo sombrero de paja, un pantalón de pana demasiado grande atado a la cintura con un cordón. Llegaba con su carro lleno de moras, por  “una perra gorda  “nos daba unas cuantas, en un cucurucho de  papel de periódico, el se iba feliz  dándonos las gracias;  nosotros que éramos tan pobres como él, hoy recuerdo  su sabor y la boca se me hace agua. La Calderería que subía hacia el barrio del Albaicín, llena de tiendas de artesanía, al día de hoy los árabes las han remplazado por sus comercios llenos de especias y color. Me encantaba observar los artesanos a la puerta de sus comercios, fabricando  botijos y cántaros, pasaba horas con ellos y todos me conocían. Según iba subiendo me paraba para saludar  aquella  abuelita tan simpática con sus manos torcidas por la artrosis, el delantal con remiendos haciendo cestos de mimbre; siempre me daba un regaliz, tenía una cara arrugada como una pasa, pero sus ojos negros brillaban, el pelo recogido en moño con horquillas. Me llamaba garbancito, me decía sonriendo si mis ojos los había puesto en remojo como los garbanzos, tanto era lo que resaltaban en mi rostro. Aquel otro artesano trabajando el cobre tan típico en aquella época, platitos tallados, cazuelas etc.; balcones forjados con una estampa de la Virgen de Las Angustias patrona de la ciudad.
Un joven que hacia maravillas con sus manos, alrededor del sus hijos correteando, si mal no recuerdo unos siete y su mujer embarazada Casi siempre  me cruzaba con un gitano y su burro cargado de cántaros y botijos; siempre iba cantando y se quitaba el sombrero al saludarme, yo acariciaba el burro; recuerdo que mi madre le compró un botijo, el agua se conservaba fresca en los días calurosos. De paso aprovechaba cuando era la época de los higos, me subía a los arboles a robarlos y luego recogía algunos para llevárselos a mi madre. En la plaza, junto a otras niñas hacíamos  platos y tazas de barro que se rompían enseguida, imitábamos a los mayores, lloraba cuando se rompían, y no entendía por qué. Mi mundo era la calle, mi madre trabajaba de sol a sol  quedando a cargo de una vecina;  Junto a la hija de la vecina que se llamaba como yo, íbamos a las afueras de la ciudad; había jornaleros recogiendo la caña de azúcar y, viendo nuestra delgadez extrema nos daban a escondidas del capataz cañas de azúcar, nos babeaba la saliva tanto era el hambre que teníamos, estaban dulces y frescas; íbamos al atardecer a la fresca. Ah, como olvidar los garbanzos que mi madre hacia cuando mi segundo hermano llegaba de viaje, mi madre me enviaba a la tienda de comestibles  de (Don Miguel) se encontraba en la plaza, a comprar un trozo de tocino, el olor bajando por las escaleras,  las vecinas gritaban por el patio… Sebastianaaaaa…vaya cocido que está usted haciendo, que buen olor; mi madre contestaba  mejor sabrá vecinas ¡.Era un festejo comer garbanzos y mi madre le daba el tocino a mi hermano, luego él lo repartía entre nosotras. Estaba muy delgado, su sueño, ser un famoso torero para sacarnos de aquella miseria; mi madre llorando le suplicaba de no hacerlo por el riesgo tan grande que suponía, el acepto sin rechistar; sabía que si algo le ocurriese mi madre nunca lo superaría.

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