He
vivido treinta años, en una verde y hermosa campiña. Vivíamos en una casa de
campo como pueden imaginar rodeada de animales domésticos. Desde niña estaba
acostumbrada a compartir mis juegos con el gato de mama; mama adoraba estos
animalitos y, una servidora siguió la tradición. En mi casa había gatos,
perros, periquitos y jilgueros que me dieron tantas alegrías y, mis niños compartían
a veces sus juegos con los gatos y los perros. Uno de mis primeros gatos
llamado<<petit gris>>era un gato callejero de lo más curioso, gris
con rayas negras y blancas. Lo encontramos un día en la puerta de casa y lo
adoptamos. En Francia, la gente del campo decían, no eres tu quien elige el
animal, más bien son ellos quien te eligen a ti, y creo que en realidad es así,
todos los gatos que tenia aparecieron un buen día por casa misteriosamente. Con
el tiempo y una vez adulto, tenía las orejas mordidas a cachos por los otros
gatos que merodeaban por allí, se peleaban por las hembras. Nunca fue arisco
con nadie, era cariñoso incluso con mis niños y, todo su placer era de traerme
trofeos que, al abrir las ventanas se encontraban en el tranco de la puerta.
<< petit gris>> al verme maullaba sin parar, ¿como diciendo mira
los regalos que te traigo?, frotándose en mis piernas esperaba la comida
matinal. En fila había lagartos, ranas, varios pájaros e incluso alguna vez alguna serpiente.
Evidentemente con una pala los echaba a la basura, que se encontraba fuera en
el jardín, el volcaba de nuevo el cubo y volvía a disponerlos en fila delante
de la puerta. Hasta que cansada decidimos enterrarlos. Recuerdo un invierno
donde cayó una nevada impresionante, con 14 grados bajo cero, helando la nieve
resbaladiza. Disponíamos entonces de una cocinera económica de leña y carbón en
la cocina, debajo una puerta donde metíamos la leña mojada, para quitar la
humedad y luego añadirla al fuego. Por unas tuberías el calor pasaba por toda
la casa, el aire era calentito en época de mucho frio. Mi segundo hijo acaba de
nacer y, a cada nacimiento mama llegaba de inmediato a Francia. Un día nos encontrábamos
en la sala, yo haciendo punto y, mama cosiendo, sabíamos que el gato se
encontraba en casa: ¿imaginasen con la temperatura que hacía a fuera? De pronto
un maullido lejano, empezamos a buscarlo llamándolo y el maullido sonaba lejos.
No comprendíamos lo que pasaba: hasta que de pronto se me ocurre mirar en la
puerta de debajo de la cocinera de leña, la abro y sale el gato con los pelos
erizados pidiendo que abriésemos la puerta, la arañaba con fuerza y desesperación.
Al abrirla el gato en cuestión se revolcaba en la nieve helada una y otra vez, hasta
enfriarse. Yo, lloraba por mi pobre gato, pensando en lo que podría haber
ocurrido si no abro la puerta. Fue instintivo que el gato se metiera dentro y
cerramos la puerta sin darnos cuenta que estaba dentro. Finalmente después del
susto, el gato no volvió a pasar delante de la cocinera, la evitaba. Mi gato murió
finalmente de viejo, dejando una numerosa descendencia
y, hoy sonrío de aquella historia que tuvo un feliz final. Otro día les
contare la historia de una gatita muy burguesa llamada<<titi>>
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