Transcurría el mes de agosto del año 2007 en nuestra bella ciudad
de San Sebastián. Situada en el norte de
(España) Su costa rodeada por el mar (Cantábrico).Me encontraba separada del
que fuera mi esposo durante muchos años. Era un mes, donde alternaban los días
calurosos y días lluviosos. Dónde a
veces la temperatura bajaba drásticamente en el todavía verano. Esa mañana no
se podía salir a pasear por la playa como lo hacía por costumbre, ya
que esa noche se desato una tremenda tormenta. A través de las rejillas
de mis persianas veía el resplandor de los rayos, estaban casi encima de la
vivienda y el ruido de los truenos sonaba con fuerza. Escondida bajo las
sabanas veía el resplandor, era tremendo lo asustada que me encontraba. Me
levante al amanecer cansada, agotada, mis manos sudaban, temblaban… Seguía
lloviendo a cántaros. Desde muy joven me producía tanta angustia y ansiedad. Debía de ser en parte
por las numerosas veces que mi madre nos contaba la historia de su abuela. “La
Pilila” como así la llamaban. Madre de mi abuela materna. Era la comadrona de
un pequeño pueblo de la costa (Almeriense) como
la tradición familiar mandaba. Fue madre de diez y ocho hijos, mas seis
otros sobrinos que se hizo cargo al fallecer una de sus hermanas. La bisabuela
en cuestión falleció debido a que un rayo le cayó encima. Se encontraba echando
la siesta en una mecedora; Tenía 108 años y una salud de hierro, leía el
periódico sin gafas y curiosamente le salieron dientes después de perder su
dentadura; unos dientes pequeños al igual que los niños pequeños. Los médicos no daban
crédito de ello. Yo era muy joven cuando mi madre lo contaba y aquello me
impresionaba, pienso que ahí estaba el
miedo por la tormenta…Eso quedo grabado en mi subconsciente para siempre.
También según me contaron, que mientras venia al mundo ese día se desato
una terrible tormenta, creo que se
juntaron las dos. Y así fue mi vida, una
tormenta emocional. La lluvia y el viento azotaban fuertemente en mis ventanas,
la lluvia cliqueando con fuerza en la plaza donde habito, desprendiendo ese
característico olor de hierba y tierra
húmeda. Nunca he soportado la tormenta por el pavor que me
provocan, en cambio los días
lluviosos me gusta estar en casa acurrucada en el sillón leyendo algún libro,
escuchando una música relajante o simplemente escuchando la lluvia caer. Entre
el viento y la lluvia mi balcón lleno de geranios rojos se lleno de agua,
y el viento que soplaba con fuerza
arranco varias flores. Rápidamente los entre en la cocina, baje las persianas hasta
que el tiempo se apaciguase un poco más. Aquel día parecía un día más bien otoñal, como solo ocurre en el Cantábrico,
cuando se desata semejante tormenta. Me dispuse
a desayunar…. Pues bien, pensé en voz alta, hoy no hace un día para salir a la
calle, tendré más tiempo para mis amigos, disponiéndome casi de inmediato a
contestar a los numerosos mensajes en el
ordenador. Antes desayuné tranquilamente, mis tostadas con mantequilla y
mermelada de fresas hechas por mí, junto con un buen café con leche. Tome otra
taza de café humeante dirigiéndome
hacia el ordenador. Antes de
empezar a leer los mensajes, fui a mi música, abriendo una carpeta y de esta manera la escuchaba
mientras leía mi correo. La música junto a los libros y el arte es otra
de mis tantas pasiones. La abrí sin
darme bien cuenta de quien había puesto como músico…lo hice automáticamente. En
ese momento pensé que quizá era el
destino que tocaba a mi puerta. Al oír
en ese mismo
instante las primeras notas de un
acordeón, mi mente retrocedió años atrás, mientras las lágrimas
resbalaban sobre mis mejillas recordando mi pasado. O quizá ese día tan desapacible
y la noche tormentosa, hicieron que me encontrase todavía a flor de piel. Era un acordeonista muy famoso
llamado (Aimable). Así se
llamaba; un encanto de chico en la época que lo conocí; pelirrojo con una cara simpática llena de
pecas y que tocaba el acordeón maravillosamente del otro lado de los pirineos, es
decir Francia y al que tuve el privilegio de conocerle en una fiesta local de
un pueblo cerca de Paris, él día 14 de julio Fiesta Nacional en Francia, del
año 1964; cuando junto con mi madre unos meses antes cruzamos la frontera del
País vecino. Recordaba mi vida que tanto deseaba olvidar, sobre todo la de mi
convivencia matrimonial, ya que estuve
casada con un francés, al que conocí recién llegada a Francia con 17 primaveras recién cumplidos.
Después de la tormenta subí al desván…
Marilo Dominguez.
05/04/2012.
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