Anoche
mientras cenaba, el teléfono que suena; no llevaba las gafas puestas, y
no me di cuenta quien era a estas horas. Al otro lado, una voz querida; una
amiga francesa, con la cual compartimos tantas cosas durante mi estancia de 30
años en el país vecino. Una amistad de 40 años; nuestros hijos casi de la misma
edad compartieron todo igualmente. Una amistad que perdura a pesar de la
distancia; quedan muchos recuerdos bellos junto a ella que, nunca se olvidaran.
Después de una larga charla, feliz, alegre…cuelgo el teléfono. Mi mente
retrocedió hacia atrás recordando el pasado; vivíamos en un pueblo en el
centro-oeste al sur de Paris. El departamento se llama Loir-et-Cher; por
los dos ríos caudalosos que pasan por el departamento. La Loire y el Cher; en
Francia, muchos departamentos llevan el nombre de los ríos que lo atraviesan, o
bien por los montes que les rodea. Recordaba la dulce campiña que habitábamos;
disponíamos de una villa confortable y, esta amiga vivía dos villas más
adelante. Era un barrio nuevo, casi en medio del bosque .Por delante de la
casa, el césped verde, árboles y flores, por detrás árboles frutales y un
huerto de hortalizas, donde cosechábamos para todo el año. Allí, las
temperaturas eran drásticas, los veranos de mucho calor, inviernos extremamente
fríos; de caer varias nevadas en el mismo invierno, para después quedar todo
helado y, el rio quedaba en bloque de hielo. A veces hasta temperaturas de 18
bajo cero; había que estar preparados para afrontar aquello. Aprovechando el
huerto en verano al máximo y, haciendo conservas de todas las hortalizas y
frutas cosechadas. Me hice toda una experta en mermeladas y frutas en almíbar;
la verdura conservada en tarros de cristal, que luego esterilizaba para mejor
conservación; para luego en el invierno que, no faltase de nada.
Uno de los cuñados, cazador me aportaba caza, haciendo patés, de
liebre, jabalí etc.…no me gustaba que matasen ningún animal, pero había
que comer y, mis tres hijos eran tremendos comiendo. Además siempre había en
casa familia de España que venía de vacaciones; apreciando mucho la comida del
campo, más natural, todo les parecía excelente. Detrás de la casa, al abrir las
persianas se admiraban los bosques frondosos. Me gustaba ir a pasear en
medio del bosque, o bien andando, o en bicicleta. En primavera, el espectáculo impresionante; arboles espectaculares, centenarios muchos de ellos. Donde
en sus cumbres anidaban una gran diversidad de pájaros; escuchando el canto
melodioso de los machos buscando pareja. El bosque brillaba bajo el cálido sol
de primavera, el cielo azul intenso, mirabas a lo alto, podías divisar las
golondrinas recién llegadas desde el estrecho. Todo de verde, salpicado de
flores silvestres y, las mariposas de mil colores de flor en flor. Cuando
paseaba junto al rio, me sentaba en la orilla unos instantes para escuchar el
ritmo del agua al bajar; los pescadores en la orilla me saludaban. Que
magnifica naturaleza; lugar de caza y pesca; podías admirar las ardillas en
silencio, correteando por los arboles. Alguna vez, podías apercibir un ciervo a
lo lejos, en cuanto te veían, salían corriendo. En los lagos, manadas de patos
salvajes; tierno espectáculo cuando iban detrás de la madre nadando. En nuestra
casa, las rosas adornaban parte del jardín y, en las noches de junio al dormir
con las ventanas abiertas, su aroma llegaba hasta la alcoba, claveles, dalias
de colores y una diversidad de de flores ofreciéndonos su aroma, lenguaje mudo
de nuestros profundos pensamientos. Aquello era un verdadero espectáculo, de
vida, de color y, cada estación del año era increíble; el otoño, bien que
efémero… pero el bosque estaba magnifico con la diversidad de sus colores;
íbamos a recoger champiñones, setas etc., para comer y conservarlas en tarros.
Yo que era de la ciudad, mucho disfrute en aquella verde campiña
observando a mí alrededor todo lo que me ofrecía madre naturaleza. El invierno,
a pesar del frio, todo de un blanco inmaculado; cuando había un rayo de sol en
el paisaje nevado, era todo un poema. Escuchando la gente del campo, aprendí
muchísimo; cuando o no se debe de plantar las verduras, según la luna; de joven
me hacía gracia, pero cuanta sabiduría se desprendía de aquellos campesinos.
Hoy de vuelta a la ciudad, pienso en aquella época tranquila y, en todas mis
amigas que quedaron atrás; sin nostalgia, pero si con todo el cariño en común.
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