miércoles, 20 de junio de 2012

RECORDANDO...


 
Anoche mientras cenaba, el teléfono que suena; no llevaba las gafas puestas, y  no me di cuenta quien era a estas horas. Al otro lado, una voz querida; una amiga francesa, con la cual compartimos tantas cosas durante mi estancia de 30 años en el país vecino. Una amistad de 40 años; nuestros hijos casi de la misma edad compartieron todo igualmente. Una amistad que perdura a pesar de la distancia; quedan muchos recuerdos bellos junto a ella que, nunca se olvidaran. Después de una larga charla, feliz, alegre…cuelgo el teléfono. Mi mente retrocedió hacia atrás recordando el pasado; vivíamos en un pueblo en el centro-oeste al sur  de Paris. El departamento se llama Loir-et-Cher; por los dos ríos caudalosos que pasan por el departamento. La Loire y el Cher; en Francia, muchos departamentos llevan el nombre de los ríos que lo atraviesan, o bien por los montes que les rodea. Recordaba la dulce campiña que habitábamos; disponíamos de una  villa confortable y, esta amiga vivía dos villas más adelante. Era un barrio nuevo, casi en medio del bosque .Por delante de la casa, el césped verde, árboles y flores, por detrás árboles frutales y un huerto de hortalizas, donde cosechábamos para todo el año. Allí, las temperaturas eran drásticas, los veranos de mucho calor, inviernos extremamente fríos; de caer varias nevadas en el mismo invierno, para después quedar todo helado y, el rio quedaba en bloque de hielo. A veces hasta temperaturas de 18 bajo cero; había que estar preparados para afrontar aquello. Aprovechando el huerto en verano al máximo y, haciendo conservas de todas las hortalizas y frutas cosechadas. Me hice toda una experta en mermeladas y frutas en almíbar; la verdura conservada en tarros de cristal, que luego esterilizaba para mejor conservación;   para luego en el invierno que, no faltase de nada. Uno de los cuñados, cazador me aportaba caza, haciendo  patés, de  liebre, jabalí etc.…no me gustaba que matasen ningún animal, pero había que comer y, mis tres hijos eran tremendos comiendo. Además siempre había en casa familia de España que venía de vacaciones; apreciando mucho la comida del campo, más natural, todo les parecía excelente. Detrás de la casa, al abrir las persianas se admiraban  los bosques frondosos. Me gustaba ir a pasear en medio del bosque, o bien andando, o en bicicleta. En primavera, el espectáculo impresionante; arboles espectaculares, centenarios muchos de ellos. Donde en sus cumbres anidaban una gran diversidad de pájaros; escuchando el canto melodioso de los machos buscando pareja. El bosque brillaba bajo el cálido sol de primavera, el cielo azul intenso, mirabas a lo alto, podías divisar las golondrinas recién llegadas desde el estrecho. Todo de verde, salpicado de flores silvestres y, las mariposas de mil colores de flor en flor. Cuando paseaba junto al rio, me sentaba en la orilla unos instantes para escuchar el ritmo del agua al bajar; los pescadores en la orilla me saludaban. Que magnifica naturaleza; lugar de caza y pesca; podías admirar las ardillas en silencio, correteando por los arboles. Alguna vez, podías apercibir un ciervo a lo lejos, en cuanto te veían, salían corriendo. En los lagos, manadas de patos salvajes; tierno espectáculo cuando iban detrás de la madre nadando. En nuestra casa, las rosas adornaban parte del jardín y, en las noches de junio al dormir con las ventanas abiertas, su aroma llegaba hasta la alcoba, claveles, dalias de colores y una diversidad de de flores ofreciéndonos su aroma, lenguaje mudo de nuestros profundos pensamientos. Aquello era un verdadero espectáculo, de vida, de color y, cada estación del año era increíble; el otoño, bien que efémero… pero el bosque estaba magnifico con la diversidad de sus colores; íbamos a recoger champiñones, setas etc., para comer y conservarlas en tarros. Yo que era de  la ciudad, mucho disfrute en aquella verde campiña observando a mí alrededor todo lo que me ofrecía madre naturaleza. El invierno, a pesar del frio, todo de un blanco inmaculado; cuando había un rayo de sol en el paisaje nevado, era todo un poema. Escuchando la gente del campo, aprendí muchísimo; cuando o no se debe de plantar las verduras, según la luna; de joven me hacía gracia, pero cuanta sabiduría se desprendía de aquellos campesinos. Hoy de vuelta a la ciudad, pienso en aquella época tranquila y, en todas mis amigas que quedaron atrás; sin nostalgia, pero si con todo el cariño en común.  


  

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